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16 enero 2013

Leído en la calle

«Vendo vestido de novia a estrenar».

Así rezaba un anuncio que leí hace tiempo, pegado en una farola o tal vez en la marquesina de una parada de autobús. Lo anoté inmediatamente. Más breve que muchos de los microrrelatos que ahora están tan de moda. Y más dramático. ¿Por qué no llegó a estrenarse ese vestido de novia? Ésa es la pregunta. Cada respuesta es una historia.

La fuente última de las historias está en la realidad. En la vida. En la calle. Es verdad que hay historias que están inspiradas a su vez en otras historias, que toman la ficción como sustrato. Son historias de segundo grado, que se inspiran en historias de primer grado; pero éstas, a su vez, sólo pueden descender o bien de otras historias (que serían de grado cero), o bien de la realidad; y así sucesivamente. Siguiendo este razonamiento, para no caer en una regresión infinita, nos vemos obligados a concluir que toda historia brota de la realidad, bien directamente, bien a través de la mediación de una o varias historias anteriores; quod erat demonstrandum.

Las historias que manan de la experiencia del escritor, que tienen menos capas de ficción entre ellas y la realidad, tienden a resultar más vivas, más sugerentes para el lector que las historias que hablan de otras historias.

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